Como era de esperarse, los índices de aprobación del Presidente Barack Obama aumentaron significativamente, después de la operación que tuvo como resultado la muerte de Osama bin Laden. ¿Cuáles serán los impactos, a más largo plazo, sobre sus posibilidades de reelección?
Ganar las elecciones presidenciales, en Estados Unidos, para una persona morena, que se llama Barack Hussein Obama, fue una hazaña extraordinaria. Lo logró gracias a su inteligencia superior, capacidad oratoria, organización y campaña impecable. Su mensaje de cambio caló entre los demócratas e independientes. El apoyo que obtuvo entre los jóvenes, que estaban ansiosos por un liderazgo distinto, resultó importantísimo.
No obstante ese triunfo, algunos sectores no se conforman con tenerlo como jefe de estado, ya sea por razones ideológicas, por motivos raciales o por ambos. La derecha más recalcitrante considera que Obama está demasiado hacia la izquierda. Y el racismo, aunque ha mejorado notoriamente en este país, sigue existiendo entre sectores minoritarios pero rabiosos.
Esos grupos han recurrido a todas las artimañas posibles para deslegitimarlo. Los racistas propagaron la tesis de que Obama había sido elegido ilegalmente, porque no habría nacido en Estados Unidos sino en Kenia. (Allí nació su padre quien lo abandonó desde niño). Alegaban que el certificado de nacimiento común, expedido por las autoridades del Estado de Hawaii, era falso. Lo retaban a que diera a conocer el certificado original. Otros lo criticaban como comandante en jefe de las fuerzas armadas, por blando, y lo calificaban de inexperto, diletante e indeciso.
A raíz de las rebeliones en Oriente Medio y en Libia, los ataques se multiplicaron. Para los usuales “halcones” de guerra, resultaba inaceptable que Estados Unidos consultara una operación militar con un organismo internacional, en este caso, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Se rasgaron todavía más las vestiduras cuando Obama entregó, a las fuerzas de la OTAN, el liderazgo sobre los vuelos y bombardeos para proteger a la población civil libia.
Estos ataques contra Obama se multiplicaron y comenzaron a tener impacto sobre su imagen, incluso entre demócratas e independientes que votaron por él. De acuerdo con la encuesta del New York Times y de CBS, a comienzos de abril, apenas un 39 por ciento de los encuestados aprobaba su manejo de la política exterior. Todavía un menor porcentaje apoyaba sus acciones contra el terrorismo (35 por ciento). Su índice de aprobación, en general, como jefe de estado, había descendido a 46 por ciento.
En tan sólo una semana, Obama logró contrarrestar con creces dichos ataques: en primer lugar, entregó a los medios de comunicación copia de su certificado original y completo de nacimiento que prueba, sin lugar a dudas, que nació en el Estado de Hawaii. Ridiculizó al empresario de medios Donald Trump, que se había convertido en el último y más ruidoso de los promotores de la duda sobre su lugar su nacimiento. Como si fuera poco, dio la orden para que un comando especial penetrara al territorio de Pakistán y entrara a una vivienda de un barrio cercano a una base militar paquistaní, para apresar o eliminar a Osama bin Laden, prófugo desde hace 10 años. No se avisó previamente al gobierno paquistaní. El gobierno del Presidente Bush había durado 8 años detrás de bin Laden, a quien quería vio o muerto. Al segundo año de su administración, Obama tomó a tiempo una decisión, asumió grandes riesgos y lo logró.
Si la operación hubiese fracasado, ya sea porque no hubieran encontrado a bin Laden, porque los comandos hubieran sido repelidos por sus protectores o por el propio ejército paquistaní, o hubieran caído en la batalla, los impactos sobre la imagen y perspectivas políticas de Obama habrían sido muy graves.
Con el triunfo de la operación militar y la capacidad de decisión demostrada por el Presidente, su imagen se fortaleció decididamente: su índice general de aprobación aumentó 11 puntos y llegó a 57 por ciento, el apoyo a su política contra el terrorismo ascendió a 70 por ciento y 8 de cada 10 norteamericanos aprobaron la operación contra bin Laden.
Históricamente, los porcentajes de aprobación para los presidentes aumentan significativamente con los triunfos militares. Por ejemplo, Kennedy vio sus marcas mejorar después de la solución al problema de los misiles colocados por la Unión Soviética en Cuba. George Bush padre logró aumentar su popularidad después de la operación Tormenta del Desierto en Kuwait. El apoyo para Bush hijo creció, después de la invasión a Irak. Sin embargo, pocos meses después, esos aumentos se disiparon.
Con base en las anteriores experiencias, hasta ahora todos los comentaristas y generadores de opinión de los Estados Unidos han opinado que el impacto de la operación militar y la entrega del certificado de nacimiento no incidirán sobre las posibilidades de reelección de Obama, ya que el repunte se irá diluyendo con el tiempo.
Difiero de esa apreciación. Por supuesto, Obama ganará o perderá, según evolucione la economía de los Estados Unidos y la difícil situación internacional. Las calidades del que sea su contrincante y la contundencia de su mensaje pesarán también sobre los resultados. Sin embargo, Obama no tendría posibilidades de reelección, si las dudas sobre su legitimidad como Presidente persistieran y si su imagen como comandante en jefe continuara siendo la de una persona débil, indecisa e insegura. Obama ha quitado del camino los dardos envenenados que matarían su reelección, desde antes de que se inicie la campaña. En resumen, los efectos de sus dos decisiones recientes son condiciones necesarias aunque no suficientes para triunfar en las próximas elecciones.
Una campaña interesante, que puede convertirse en un caso de estudio para los expertos, está por comenzar.
Publicado en el blog de Semana.com
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