viernes, 5 de octubre de 2012

¿Qué sigue para Obama después del debate?

Columna publicada el 5 de Octubre en mi blog DESDE WASHINGTON en Semana.com

Durante el primer debate presidencial, el presidente Barack Obama desconcertó con su floja actuación frente al contendor republicano, Mitt Romney. El miércoles los republicanos se acostaron muy contentos, pensando que su candidato había ganado.  Los demócratas se fueron a dormir apesadumbrados.

No es que, con este debate, Obama haya perdido las posibilidades de ser reelegido. Es que dejó pasar una magnífica oportunidad para, ante una audiencia de más de 67 millones de personas, noquear a Romney de una vez por todas.

Obama se vio sombrío, carente de chispa y buen humor. Lució aburrido y, en ocasiones, molesto. Permitió que Romney tomara la delantera y lo pusiera contra las cuerdas. Ante los continuos ataques del republicano, defendió sus programas para sacar al país de la recesión, fortalecer la creación de empleos, garantizar el acceso de todos los norteamericanos a la salud, proteger las clases medias  y mejorar las finanzas públicas. Atacó algunas de las propuestas presentadas por Romney al país, en los meses anteriores al debate. Pero le faltó vigor y contundencia. Se negó a poner sal sobre las heridas en la piel del candidato republicano, como resultado de las reacciones del electorado frente a sus expresiones de desprecio frente al 47 por ciento del país, por ejemplo, cuando expresó que se trataba de personas sobre las cuales no se iba a preocupar, por tratarse de “quejetas”, incapaces de salir adelante por sí mismos.
El Presidente se encontró frente a un opositor que parecía sobrecafeinado y quien, para la sorpresa de todos, cambió súbitamente de libreto. Se declaró el defensor de las clases medias, negó que piense recortar los impuestos a los ricos, insistió que su fórmula para reducir el déficit funcionará, y se presentó como un moderado, capaz de dialogar con demócratas y republicanos para solucionar los problemas de la economía y el país. ¿Por qué Obama no le quitó la careta al nuevo Romney que apareció en el escenario, por qué no reaccionó frente a sus cifras falsas y medias verdades?

Las explicaciones que todavía se están dando son diversas: la estrategia definida por sus principales asesores, cansancio por la altura de Denver y poco tiempo para prepararse más adecuadamente, entre otras.
Obama llegó a este debate fortalecido: de acuerdo con los resultados de las encuestas previas, tenía una ligera ventaja en la voluntad del voto nacional y una más grande en los estados que son clave para esta elección. Como se sabe, el Presidente de los Estados Unidos no se elige de manera directa ni de acuerdo con la sumatoria de los votos de todo el país. A cada estado se le asigna un número de delegados o votos electorales, de acuerdo con el tamaño de su población.

Algunos tienen clara mayoría ya sea demócrata o republicana. Otros pueden ser conquistados por uno u otro candidato. Estos últimos son los llamados “estados oscilantes”, que resultan fundamentales para que uno de los candidatos complete los 270 votos electorales que se requieren para ser declarado ganador.
Obama comenzó a tomar ventaja a partir de su exitosa convención. Su discurso fue serio y convincente. Los del expresidente Bill Clinton y la Primera Dama, Michelle Obama, inspiraron a la mayoría de los demócratas y de no pocos independientes. Ambos ofrecieron razones suficientes para confiar en el Presidente y  darle cuatro años más de mandato. La audiencia, diversa y multicromática, mostró en todo momento un auténtico entusiasmo. En resumen, la convención demócrata fue muy exitosa.

Muchos candidatos, después de algunas semanas, comienzan a perder los puntos ganados al calor y entusiasmo de las convenciones. Hasta el debate, el Presidente no sólo mantuvo los puntos ganados en las encuestas hasta ese momento, sino que los aumentó. Hay que admitir que las razones no sólo residieron en los aciertos de la campaña demócrata, sino en los errores de la republicana y en las metidas de pata monumentales de Romney. Unas embarradas que no fueron simples y olvidables equivocaciones verbales. Fueron autogoles que sirvieron para confirmar las peores sospechas sobre la personalidad del candidato, su insensibilidad frente a los problemas de la clase media y los pobres y su aparente intención de seguir protegiendo los privilegios de los millonarios y billonarios, aún a costa de los más débiles.
 
Los estrategas políticos suelen recomendar a los candidatos que llevan la delantera que no asuman demasiados riesgos en los debates. En el caso de los presidentes que aspiran a la reelección, la regla general es la de que deben aparecer como estadistas serios que no caen en provocaciones. Pero Obama exageró su pasividad y cayó en la aburrición. Es cierto, no cometió errores fundamentales que le costaran puntos. Pero no reaccionó a tiempo y dejó pasar oportunidades obvias para destapar las inexactitudes de Romney y quitarle su nueva careta de moderado.

¿Significa lo anterior que el debate le vaya a costar la reelección a Obama?

No necesariamente. En primer lugar, porque no se conoce el impacto real que tenga el encuentro sobre la voluntad de voto. Las numerosas volteretas que ha dado Romney en su vida política le han quitado credibilidad. Faltan todavía tres semanas y dos debates presidenciales y otro vicepresidencial antes del día de elección. Con lo que dijo y no dijo durante el debate, Romney dejó mucho material que puede ser utilizado sagazmente en  publicidad de ataque. Lo que es también importante, Obama rápidamente modificó la estrategia y, durante las manifestaciones llevadas a cabo los dos días siguientes, dijo lo que ha debido decir el miércoles. Haciendo gala del mejor humor y la agudeza de que es capaz, el Presidente le comenzó a quitar la careta a Romney “el moderado”. Finalmente, las estadísticas conocidas este fin de semana sobre la baja en el desempleo de 8.2 a 7.8 por ciento, apoyan la tesis de Obama de que el país está mejor y que la senda que se ha recorrido debe preservarse.

Hay que continuar siguiéndole el pulso a esta campaña.

Embarradas, mentiras y aciertos en convención republicana

Columna publicada el 4 de septiembre en mi blog DESDE WASHINGTON en Semana.com

En lo que se refiere a mentiras, engaños, distorsiones y cinismo, la reciente convención republicana pasará a la historia como una de las peores en la historia de los Estados Unidos.
Las convenciones de los partidos en EEUU ya no cumplen la función de elegir los candidatos de los partidos para la Presidencia. Ellos ya llegan seleccionados, después del largo proceso de las primarias. En consecuencia, no existen sorpresas o emoción.

El papel que cumplen las convenciones, ahora, es el de servir como acto de unificación partidista y de coronación del candidato respectivo, ofrecer una imagen positiva de él y su compañero de fórmula para la vicepresidencia, entusiasmar las bases, conquistar nuevos votantes y exponer la propuesta. Vamos a ver qué tanto cumplió la convención republicana de la semana pasada:
El partido republicano hizo esfuerzos por mostrarse como un partido amplio e inclusivo.  Su gran reto es el de conquistar el voto de un mayor porcentaje de mujeres, latinos y afroamericanos. De allí que entre los oradores escogidos hubiera un gran número de representantes de dichos grupos. Sin embargo, cuando las cámaras mostraban los delegados, el panorama era impresionantemente blanco, blanco, blanco y rubio, rubio, rubio. Aquí o allá, se captaba un muy reducido número de personas de color y  razas distintas. Casi lucían como elementos de decoración para romper la monotonía cromática. Esta contradicción podemos considerarla como la primera embarrada.

La participación del admirado Clint Eastwood, justo antes del candidato Romney, se constituyó en una comedia de equivocaciones. Al principio, cuando un Eastwood muy envejecido, despeinado y de voz cascada pronunciaba palabras sin orden o sentido aparente, los presentes no entendían lo que estaba sucediendo: estaba haciendo el show de la silla vacía, en la que se le habla a un personaje imaginario que se supone la ocupa. El personaje era Obama. Cuando los presentes entendieron, rieron mucho. Confieso que también reí, pero después sentí un inmenso pesar por el gran Eastwood, el actor y director y, más recientemente, el relator del patriótico comercial que puso a hablar a los Estados Unidos. Hizo el oso.
Por su parte, el orador principal de la primera noche de la convención, el gobernador de New Jersey, no pudo frenar sus ambiciones y egocentrismo. Cuando se suponía que era al mayor responsable de exaltar la figura y las propuestas del candidato, sólo hasta que llegó a la palabra 1.800, de las 2.000 que tenía su discurso, mencionó el nombre de Romney. La mayor parte la dedicó a destacar sus propias experiencias y éxitos en su Estado o a exaltar sus virtudes como líder. ¡La embarró!

En el terreno de lo vergonzoso, está el caso de un par de convencionistas que vieron a una camarógrafa negra de CNN. Le tiraron maní y le dijeron: “Tome. Con ésto nosotros alimentamos a los animales”. El escándalo se extendió en segundos por las redes sociales y los medios. Las sacaron de la convención pero afianzaron el temor de que entre sus miembros pululan racistas del más profundo extremismo.

En lo que se refiere a mentiras, engaños, distorsiones y cinismo, esta convención pasará a la historia como una de las peores. En primer lugar, casi todos los oradores acogieron la acusación de que Obama había afirmado que los empresarios no habían construido sus empresas. Lo que quiso decir el Presidente es que la infraestructura construida por el Estado había facilitado el desarrollo de la empresa privada. Lo citaron de manera amañada para acusarlo de enemigo del sector privado.
El propio candidato Romney cayó en algunas mentiras o distorsiones. La principal fue la de que reiteró la acusación de que Obama se propone recortar en 715 billones de dólares el programa de salud para los pensionados (Medicare) para financiar su reforma del sector, con lo cual perjudicará a las personas mayores ya retiradas. No, lo que propone Obama es un esquema para disminuir los costos de Medicare y las sumas que facturan médicos y hospitales, sin perjudicar a los pensionados. Más aún, hace algunos meses Ryan propuso desde el Congreso la misma suma de recortes en los costos de ese programa y Romney posteriormente lo apoyó.

Hablando del candidato a la Vicepresidencia, indiscutiblemente se coronó como el más mentiroso. No había terminado sus palabras, aplaudidas entusiastamente por los convencionistas, cuando los periodistas enumeraron por lo menos seis mentiras relacionadas con las propuestas o realizaciones de Obama respecto de la reforma a la salud, Medicare, creación de empleos, fracaso de una empresa automovilística, presupuesto y la comisión creada para solucionar el déficit. Llegó al cinismo de atacar al Presidente por el fracaso de dicha comisión, cuando Ryan fue uno de los artífices del fracaso, al oponerse radicalmente a sus recomendaciones.  Se ganó seis pinochos.
Después de las convenciones de cada partido, sus candidatos ganan algunos puntos en las encuestas. Esas ganancias algunas veces persisten, y en otras ocasiones se desvanecen.

En el caso de la convención republicana de la semana pasada, los delegados presentes en Tampa gozaron y se rieron de lo lindo. Por primera vez, quizás, demostraron real entusiasmo por Mitt Romney y veneración por Paul Ryan. Se puede decir, entonces, que sirvió para reunificar el partido y entusiasmar las bases. Sin embargo, los resultados de las encuestas hasta ahora publicadas no se movieron en su favor. Cero de ganancia. Lo anterior puede querer decir que los personajes y los discursos se vieron y sonaron mejor en el salón de la convención, ocupado por los más activistas miembros del partido, que en los hogares que se conectaron a través de la televisión u otros medios de comunicación.
La gran falla de esta convención, entonces, sería la de que no aumentó la intención de voto por Romney, entre los sectores que debía conquistar: el de los todavía indecisos, mujeres y minorías. Una conclusión más clara se podrá sacar después de la convención demócrata que finalizará el jueves de esta semana.

Y es que el discurso de Romney estuvo literariamente bien escrito, pero fue muy pobre en detalles sobre lo que se propone hacer en caso de llegar a la Presidencia. Es más, su programa de cinco puntos no sólo fue planteado de manera muy superficial, sino que representa principios elementales de la ortodoxia conservadora. Muchas de las  frases bonitas contradicen algunas de sus propuestas, y las ideas planteadas por Ryan desde la Cámara de Representantes, que fueron apoyadas calurosamente por Romney. Difícil que, con éste programa, conquiste indecisos y votantes más liberales.

La esposa del candidato, Ann Romney, desempeñó un papel adecuado, presentando detalles sobre su matrimonio, las cualidades personales de su esposo y su carrera. Parte de su misión era la de tratar de humanizar a un candidato que todavía es percibido por muchos como insensible a los problemas y aspiraciones del norteamericano corriente y sin principios firmes. La señora Romney cumplió esta parte de su función adecuadamente. Mejor de lo que muchos esperábamos. De otra parte, dedicó gran parte de sus palabras a seducir las mujeres votantes, que se muestran tan esquivas en el apoyo a Romney. Ella misma se proyectó como una mujer valiente en la enfermedad, de carácter y que ama a su marido. Queda en duda que haya logrado convencer a un porcentaje significativo de sus congéneres.

El mayor acierto de la Convención fue la presentación de la exsecretaria de estado, Condoleza Rice. Su discurso fue de altura: el de una estadista que sabe lo que está diciendo. La manera como lo pronunció y ella se presentó, muy acertadas. Quedó posicionada como una de las líderes más valiosas  e intelectualmente sólidas en el partido republicano. Si ella hubiera sido la compañera de fórmula para la Vicepresidencia, como tantas veces se rumoró,  Romney tendría más posibilidad de atraer el voto de las mujeres y las minorías.

Humo negro sobre el gobierno de Chávez

Columna publicada el 27 de agosto en mi blog DESDE WASHINGTON en Semana.com

El humo negro que todavía está saliendo de la refinería de Amuay en Venezuela está tiznando la cara del Presidente Chávez y de todo su gobierno. Si no logran limpiarlas pronto, las repercusiones electorales pueden ser muy significativas.
En materia de elecciones muy rara vez hay resultados seguros. De repente estalla un escándalo sobre alguno de los candidatos, se produce un hecho que pone de presente la incompetencia del responsable o un fenómeno natural afecta el país, sin que las autoridades atiendan adecuadamente a los damnificados, para que se produzca un tsunami en la opinión pública. Solamente después de que los votantes han expresado sus preferencias en las urnas y los votos se han contabilizado correctamente, se puede saber quién o quiénes fueron los ganadores legítimos. Cuando algunos analistas pensábamos que las elecciones parecían cuesta arriba para el candidato de la oposición, Henrique Capriles, estalló la más importante refinería en Venezuela, con un resultado, hasta este momento, de 48 muertos y muchísimos heridos.

Sucede que tres días después de la conflagración, los bomberos y técnicos no habían logrado apagar el incendio. No obstante lo anterior, el lunes por la mañana el Presidente de PDVSA declaró que el fuego estaba contenido en el área de los dos tanques de depósito en llamas. Por la tarde, el Vicepresidente de la República informó que un tercer tanque se estaba incendiando. ¡Quiera Dios que la grave situación no se les siga saliendo de las manos!
Hasta ahora, los destrozos no se limitan a lo sucedido en la refinería. Con ella estallaron edificaciones vecinas, algunas de las cuales eran ocupadas por miembros de la guardia civil y sus familiares. Otras, por humildes familias que perdieron todo. Finalmente, también fueron afectadas fábricas aledañas. Sus empleados, de la noche a la mañana, quedaron sin sus empleos y fuentes de ingreso.

Es probable que esta tragedia haya sido causada por falta de mantenimiento oportuno y por incompetencia en el manejo de la planta. Existe el testimonio de varios obreros de PDVSA que desde horas antes sintieron un fuerte olor a gas. Igualmente, los de trabajadores de una fábrica vecina que sintieron el mismo olor y fueron autorizados a dejar la edificación antes del final de sus turnos. Lamentablemente, los trabajadores del siguiente turno no fueron evacuados y muchos de ellos fallecieron. Uno alcanzó a enviar un dramático mensaje de texto, minutos antes de morir, en el que daba cuenta del fuerte olor a gas. El Presidente Chávez no ha aceptado la explicación de que, por falta de adecuado y oportuno mantenimiento, escaparon gases que terminaron por convertir la refinería en una poderosa bomba que estalló. Tememos que su promesa de llevar a cabo una estricta investigación no será cumplida antes de las elecciones.
No obstante lo anterior, el humo negro que se desprende de las llamas del complejo petrolero de Amuay está cubriendo, no sólo el cielo de la refinería, sino el prestigio que todavía conservaban el Presidente Chávez y su gobierno. Más aún, si la información oficial respecto de la existencia de suficiente gasolina para satisfacer la demanda interna no resulta cierta y si en Amuay no se pueden reiniciar pronto las labores de refinación, la paciencia de la población venezolana terminará por agotarse, a pesar de la manera discreta y contenida con la que han informado los medios.

A esta tragedia se suma la ocurrida hace pocos días en el centro penitenciario Yare I, cuando un enfrentamiento entre reclusos dejó un saldo de 25 muertos. Cifras no oficiales calculan que durante el primer semestre de este año más de 300 reclusos han perdido la vida en este tipo de enfrentamientos.
Para no hablar de los damnificados por las lluvias de la semana pasada que todavía no han sido atendidos. Cuando el Presidente anunciaba la organización de apoyo para las islas del Caribe que fueran afectadas por la Tormenta Tropical Issac, 1.500 familias del Táchira seguían aisladas y sin alimentos a causa de los derrumbes causados por el invierno.

Todos estos hechos están teniendo como resultado el aumento en el número de venezolanos que se preguntan quién o quiénes los gobiernan, quién asume responsabilidades y hasta cuándo van a tener que aguantar. Esta reflexión puede conducir a un gran aumento en la votación por Henrique Capriles. Lamentablemente, y como lo señalé en mi columna de hace diez días, “las ventajas del monopolio gubernamental  de los medios electrónicos de comunicación…y la falta de controles por parte de otros órganos del Estado, entre ellos los electorales” pueden conducir a que la voluntad de los votantes no sea reconocida en los resultados “oficiales” de las mismas. Sin una efectiva observación electoral externa, las autoridades pueden idear mecanismos para amañar los resultados a su favor.