Los Estados Unidos no podrían cumplir con sus obligaciones de pago, si antes del 2 de agosto el Congreso no aprueba un aumento en el techo legal que tiene el gobierno para contraer deuda pública. Sería la primera vez que este país entra en mora. Las consecuencias sobre la economía norteamericana y la mundial podrían ser graves. Sin embargo, en las negociaciones con los republicanos, el Presidente Obama parece estar cediendo en principios y doctrina. En las próximas elecciones puede perder apoyo entre su base más leal.
El gobierno federal de los Estados Unidos ya llegó al límite de la deuda de 14.3 trillones de dólares a la que está autorizado por el Congreso. El Tesoro ha anunciado que, si antes de la fecha mágica del 2 de agosto no se aumenta la capacidad del gobierno para emitir más deuda, por primera vez en la historia entrarían en moratoria. Los ingresos del gobierno serían insuficientes para pagar los gastos y honrar las deudas que se vencen. La mayoría republicana en la Cámara se ha negado a aumentar ese límite sin que simultáneamente se recorten sustancialmente los gastos. Literalmente, han puesto al gobierno de Obama y a los demócratas contra la pared.
Las perspectivas de que el país más seguro del mundo, en términos financieros y de inversión, no pueda pagarle a sus acreedores, son muy preocupantes. En primer lugar, la demanda por los bonos de los Estados Unidos descendería, las tasas de interés aumentarían, la actividad económica y la producción disminuirían y el desempleo aumentaría aún más. El país todavía no ha salido totalmente de la crisis producida por el estallido de la burbuja de la vivienda. La economía está creciendo anémicamente y la generación de puestos de trabajo es muy lenta (en junio la tasa de desempleo aumentó de nuevo y regresó a 9,3%). En consecuencia, una nueva crisis podría lanzar la economía norteamericana a las profundidades de la recesión y, de paso, contagiar buena parte del mundo. Los países de la Unión Europea, sobre todo los que se encuentran al borde del precipicio, como Grecia, España, Irlanda y Portugal, serían los primeros golpeados. Igualmente, aquellos que, como Colombia, son muy dependientes de los Estados Unidos en materia de comercio e inversiones.
El enfrentamiento entre republicanos y demócratas es electoral, ideológico y doctrinal. Por una parte, la Cámara de Representantes tiene hoy una fuerte mayoría republicana, compuesta por algunos miembros con puntos de vista extremos sobre el papel del Estado y su financiamiento. Algunos de estos congresistas fueron elegidos recientemente bajo la sombrilla del llamado Partido del Té (Tea Party).
El Tea Party no es realmente un partido. Es una coalición de grupos regionales con personas que son en su mayoría hombres blancos, así cuenten entre sus filas y líderes con mujeres, entre ellas, la notoria Sara Palin y la precandidata a la presidencia por el partido republicano, Michele Backmann. Sus ingresos son un poco mayores al promedio nacional, tienen niveles de educación ligeramente superiores a los de la población corriente y sus creencias religiosas son profundas y, en algunos casos, extremas. Coinciden en la idea de que el Estado debe tener un papel bastante limitado y, consecuentemente, tienen la meta de reducir su tamaño y sus gastos. Su prioridad en este momento es la disminución del déficit. Sin embargo, se oponen radicalmente al aumento de los impuestos. Van más allá y no aceptan la disminución de los privilegios fiscales de que gozan las grandes corporaciones, los ejecutivos de Wall Street y los más ricos. Los actuales líderes republicanos temen enfrentar a estos fundamentalistas, por las consecuencias electorales que ello les puede traer el próximo año.
Los demócratas, que ganaron la Presidencia con Barack Obama y mantienen una débil mayoría en el Senado, defienden el principio de que el Estado debe cumplir un robusto papel, ofrecer los medios para que los menos privilegiados puedan alcanzar el sueño americano, y proteger a los más débiles. Así mismo, cumplir la función de regular y controlar la actividad privada. Defienden a capa y espada conquistas históricas en materia de seguridad social, salud y educación.
En lo referente a doctrinas económicas, coinciden con el premio Nobel de Economía Paul Krugman en que, en un período de recesión, con baja actividad privada y alto desempleo, resulta contraproducente que el Estado recorte el gasto público. En esta coyuntura, sostienen que la prioridad no debe ser la de disminuir el déficit fiscal sino la de crear empleo. Esta doctrina había sido abrazada por Obama cuando, en medio de la crisis económica que encontró, promovió y logró la aprobación de programas dirigidos a proteger sectores clave, estimular la producción y crear empleo. Naturalmente, esos programas significaron un aumento en el gasto, el déficit y la deuda, por encima de los niveles ya muy altos en que los dejó el gobierno de Bush.
El Presidente Obama había encargado al Vicepresidente Biden coordinar el grupo de diálogo con los congresistas de ambos partidos y buscar soluciones. Habían llegado, en principio, a la meta de cortar el déficit, durante los próximos 10 años, en más de 2 trillones de dólares. Obama y los demócratas habían planteado la necesidad de que el acuerdo fuera balanceado, en el sentido de incluir tanto recortes en gastos como eliminación de subsidios y ventajas fiscales para las empresas grandes y los más ricos. En todo caso, habían advertido que la solución al problema del déficit no debería hacerse a costa de los pobres y las clases medias. Los republicanos no aceptaron y se levantaron de la mesa.
Esta semana, el Presidente Obama sorprendió al país y a los demócratas proponiendo un acuerdo para disminuir el déficit en el doble de los previsto inicialmente, hasta 4 trillones de dólares. Con ello, apareció dándoles la razón a los republicanos que tienen como máxima prioridad su disminución. Aceptó poner sobre la mesa de la negociación la posibilidad de que se hagan recortes en los gastos de seguridad social y de salud como MEDICARE (para los viejos) y MEDICAID (para los pobres). Pareció cambiar no sólo de estrategia sino de doctrina.
Hay desconcierto entre los demócratas más liberales, quienes temen que, en su afán por la reelección y ganar el apoyo de los independientes, en esta negociación Obama entregue a los republicanos principios, valores y programas sociales defendidos por su partido.
Es legítimo preguntarse si el Obama de esta semana es el pragmático o el débil. El estadista o el ambicioso político. Es cierto que al problema del déficit hay que buscarle soluciones. Pero cabe poner en duda si, en este momento de dificultades económicas, ellas deben ser maximalistas, con cortes radicales en los gastos, o intermedias mientras la economía se recupera. Más aún cuando, después de las elecciones, puede ser más factible llegar a acuerdos bipartidistas para aplicar fórmulas más balanceadas y de largo plazo, que incluyan no sólo recortes en gastos sino aumentos significativos en los ingresos fiscales.
Este domingo los líderes del congreso volverán a reunirse con Obama. Existe el riesgo de que los que se levanten de la mesa, en esta oportunidad, sean los demócratas de la Cámara, liderados por Nancy Pelosi. O que, en las próximas elecciones, demócratas desilusionados con el Presidente no salgan de sus casas para votar. Por ganar el apoyo de los independientes, Obama puede estar perdiendo su base más leal.
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