Al Presidente Santos se le fueron las luces. Será necesario que los colombianos también nos encomendemos al Señor de los Milagros para que lo guíe y no lleve al Congreso su anunciada propuesta de aumentar a seis años el período para presidentes, alcaldes y gobernadores. Dicha reforma no sólo sería un error de marca mayor, sino un horror para los sufridos habitantes de nuestro país.
En el caso de alcaldes y gobernadores, pensemos no más en la tragedia que significaría para Bogotá la elección por seis años de otro Samuel Moreno u otro Gustavo Petro. O de un candidato semejante al recientemente sancionado gobernador del Caquetá, o de alcaldes como los 24 que, en tan solo este mes de julio y después de finalizar su período o a punto de terminarlo, la Procuraduría sancionó o inició procesos en su contra. Si, 24 en un mes!
Los votantes, en numerosas oportunidades, se equivocan. O recurren a las urnas amarrados o influenciados por dineros de dudosa procedencia. Pensar en atornillar por seis años a funcionarios incapaces o corruptos sería no sólo castigar a los que se equivocaron o vendieron su voto, sino a todos los habitantes de la circunscripción afectada. Cinco o seis años de malos gobiernos locales son una eternidad.
Aun tratándose de gobernantes locales inicialmente impolutos, en cinco o seis años, muchos se naturalizarían tanto con el poder que llegarían a ejercerlo como reyezuelos. Las tentaciones del poder, sin suficientes frenos o contrapesos, son muy grandes.
¡Doctor Santos, por favor, no pida que se aumente el período de alcaldes y gobernadores!
En el caso de los presidentes de la República, en un país como Colombia, con partidos e instituciones débiles y en donde no existe una verdadera independencia de los poderes públicos, los riesgos tampoco son desechables. Aquellos con tendencias autoritarias terminarían convertidos en emperadores.
Estoy de acuerdo con Santos en que, en nuestra débil democracia, la reelección de los presidentes fue un error. Tratar de solucionar ese error con el aumento de los períodos a seis años, nos dejaría en una situación peor. Con la reelección, por lo menos los ciudadanos pueden pronunciarse, después de cuatro años, sobre la continuidad o no del gobernante.
Piense, Presidente Santos, que usted mismo y una buena parte del país nos llevamos un gran susto cuando, en la primera vuelta, la mayoría de los colombianos no parecía inclinada a renovarle su mandato. Tuvo que afinar su mensaje, emplearse a fondo y ampliar la coalición que, finalmente, lo llevó en hombros a este nuevo período que está a punto de iniciar. Estoy convencida de que esa experiencia lo ha llevado a reflexionar sobre errores y debilidades y hará de usted un mejor presidente a partir del 7 de agosto.
Para un mal gobernante, cuatro años son una eternidad. Para uno bueno, cuatro años y máximo cinco, sin reelección, deben ser suficientes.