La visita de Su Santidad a Cuba dejó satisfechos a algunos y descontentos a varios. Si algo probó este viaje es que Benedicto XVI no es Juan Pablo II. Su pragmatismo y frialdad germanos contrastan profundamente con el calor humano y carisma del venerado Pontífice.
Los disidentes cubanos que viven en la isla y los cientos de miles que migraron a los Estados Unidos y a otros países esperaban que durante su visita a Cuba, Su Santidad Benedicto XVI hiciera pronunciamientos más directos y fuertes contra la persecución política a la que muchos están sometidos, o que, por lo menos, recibiera a las Damas de Blanco como símbolo del apoyo de la Iglesia a los presos políticos. Ni lo uno ni lo otro.
Se refirió a la necesidad de que se respeten los derechos
humanos y la libertad, pero el lenguaje que utilizó fue excesivamente cauto. No
pidió públicamente la liberación de los presos políticos, como lo hiciera en su
oportunidad Juan Pablo II. En lo que si fue bastante directo fue en el tema de la
libertad religiosa, al afirmar que cuando la Iglesia pide que se respete
"no está reclamando privilegio alguno, pretende ser sólo fiel al mandato
de Cristo, sabedora de que donde Cristo se hace presente el hombre crece en
humanidad y encuentra su consistencia".
Una de sus pocas críticas que hizo al régimen fue bastante
discreta. Señaló que la búsqueda de la verdad por parte del hombre puede llevar
a algunos a “la irracionalidad y el fanatismo”, encerrándose a sí mismos en “su
verdad” y tratando “de imponerla a los demás”.Uno de sus pronunciamientos más directos, infortunadamente lo dejó para el final de su visita, cuando estaba a punto de abordar el avión que lo llevaría de regreso a Roma. Afirmó que Cuba debe ser “la casa de todos y para todos los cubanos, donde vivan la justicia y la libertad en un clima de serena fraternidad”.
Todo parece indicar que el Papa no quiso arriesgar los
avances logrados y la convivencia pacífica entre la jerarquía católica local y
el gobierno. De allí que su agenda para la visita haya sido eminentemente
pastoral y concreta. Más la agenda para un Obispo que para el Sumo Pontífice da
la Iglesia Católica. Por una parte, habría buscado llegar al corazón de muchos
católicos que han abandonado la fe y reforzar el papel de la Iglesia cubana en
cuestiones morales y sociales. Por la otra, recuperar espacios educativos. Para
lograr esto último, durante su visita privada con Raúl Castro, el Papa solicitó
que se autorice a la Iglesia para que abra y administre colegios.
Muchos cubanos son creyentes, pero resulta imposible asegurar
que la mayoría sea católica o cristiana. Combinan, lo que el comentarista Fernando
Ravsberg denomina “un ajiaco” de creencias, entre las que la Santería ocupa un
lugar prominente. Esas particularidades hacen difícil la conquista del alma de
los cubanos, sobre todo de parte de un frío y poco carismático Sumo Pontífice.