viernes, 9 de diciembre de 2011

LAS TRAGEDIAS DE LAS CARRETERAS Y EL INVIERNO

Columna enviada a diarios de Colprensa el 9 de diciembre, 2011

La odisea de Deyanira para llegar desde el departamento de Córdoba hasta Cúcuta, luego de cruzar cinco departamentos, atravesar ríos, enfrentar derrumbes y viajar por peligrosos caminos de herradura.
Las aventuras de Deyanira (nombre ficticio) se iniciaron a las cuatro de la mañana del miércoles 30 de noviembre. Salió de su finca en la zona de  Santa Clara, departamento de Córdoba, y de inmediato tuvo que enfrentar un primer obstáculo: la quebrada que tenía que atravesar para llegar a Montería se había crecido hasta el punto de que parecía un rio embravecido. No podía hacerlo en carro. Cruzar a lomo de mula representaba también un inmenso peligro, por lo fuerte de la corriente, los troncos y remolinos que se habían formado. Se sentó a esperar por cerca de tres horas. Finalmente, cuando la situación mejoró un poco, la cruzó y caminó largo rato con su maleta mojada a cuestas, hasta encontrar  un motociclista que la dejó en la ruta Arboletes-Montería. Tenía el compromiso de llegar a Cúcuta donde su empleadora la estaba esperando.
Posteriormente, tomó un bus. A diez kilómetros de la capital cordobesa, los habitantes, en protesta por el pésimo estado de la carretera, obstaculizaron el paso con  árboles y piedras. Deyanira y sus compañeros de aventura se echaron de nuevo las maletas al hombro hasta encontrar una buseta que hizo el recorrido hasta Montería.
Para llegar a Cúcuta, Deyanira tuvo que atravesar los departamentos de Córdoba, Sucre, Bolívar, Cesar y Norte de Santander.  El tramo hasta Aguachica fue muy duro. La carretera estaba intransitable.
En Ocaña le tocó cambiar de bus. El chofer de la flota se negó a seguir. La viajera no tuvo otra alternativa a la de esperar hasta que un valiente conductor asumió el reto de llevar a los pasajeros hasta su destino en la capital nortesantandereana. No sabía que lo peor estaba por venir.
De allí en adelante no pudo comer ni dormir. Deyanira cuenta que a una hora de Abrego “comenzó la verdadera odisea”. Huecos, derrumbes, piedras cayendo permanentemente y trancones fue lo que encontraron. Las patinadas en la estrecha bajada del Alto del Pozo, los pusieron varias veces en serio peligro de rodar a las profundidades de la cañada. De allí en adelante, tuvieron que tomar varios desvíos, ya que tramos de la ruta se encontraban cerrados. Encontraron varios puentes destruidos y volvieron a cruzar ríos crecidos. Escuchar esta historia de boca de su protagonista me puso los pelos de punta. No pude menos de recordar con renovada admiración a Bolívar y Santander, quienes tantas veces hicieron este recorrido a lomo de mula.
Finalmente, llegó a la central de  transporte de Cúcuta el jueves a las cuatro de la tarde, 36 horas después de haber iniciado su recorrido. Estaba rendida, con los músculos encalambrados y con dolor de estómago por el hambre.
La falta de carreteras, con invierno o sin invierno, en el país y, muy especialmente, en el Oriente colombiano, merece especial atención. Se requieren cuantiosos recursos. Pero debe ser prioridad número uno A.
Para Deyanira la alternativa hubiera sido tomar un avión, por primera vez en su vida. Su empleadora le había ofrecido pagarle los pasajes. Ella no aceptó, por cuanto no hay vuelo directo entre Montería y Cúcuta. Hubiera tenido que ir hasta Cartagena o Bogotá y hacer cambio de avión. Esos transbordos atemorizan.
Avianca es hoy una muy buena aerolínea. Sus servicios en tierra son eficientes, no obstante las limitaciones en muchos aeropuertos que dependen de la Aeronáutica Civil o están dados en concesión. Sus pilotos son experimentados y sus auxiliares amables. Su seguridad ofrece garantías. Pero es tiempo de que considere la restauración de algunas rutas directas, por lo menos hasta que el nuevo aeropuerto El Dorado realmente opere como debe ser.

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